La brisa borro su rostro
para dibujarlo en el paisaje,
moviendolo de su corazón,
el cielo callo su tristeza.
El tiempo asombrado
quieto se quedó, ante
el sentimiento perdurable
en la lejanía y el ocaso.
La tarde deslizo su armonía
acariciando el rostro de la nada,
nunca la pudo amar, sola y triste
iba, volvía, solo el vacío lo aplaudía.
El recuerdo como torbellino,
convierte la sed de amar
en ruidoso engaño que mitiga
la angustia de olvidar su rostro.
H.padilla Carrasco
Lecheria, 8/9/2013